Al mejor cazador se le va la liebre, dice el dicho. Podría ser el caso de Andrés Manuel López Obrador, tal vez el líder social más importante que ha habido en México en los últimos años.
No voy a discutir acerca de si hubo o no fraude electoral en 2006 (los argumentos tanto de quienes lo afirman como de quienes lo niegan, ahí están y que cada quien saque sus conclusiones). Lo que sí expresaré, con claridad, es que Felipe Calderón ha realizado uno de los peores gobiernos que se recuerden porque llegó al poder con dudas acerca de su legitimidad: la mitad de los mexicanos no creían, ni creen, que él ganó limpiamente las elecciones y eso lo obligó a empezar su gobierno con una acción tan espectacular que hiciera posible olvidar los comicios presidenciales.
Esa acción espectacular de Calderón fue la guerra contra el narco, que si en un principio funcionó, con el paso del tiempo acabó no solo con la paz en México, sino con la credibilidad de los gobiernos panistas.
Ha sido tan malo el resultado del gobierno calderonista que López Obrador tuvo la mesa servida para construir una candidatura potente para las presidenciales de 2012. Y así lo ha hecho AMLO, solo que su movimiento solo tiene fuerza en un sector de la población, amplio, pero insuficiente para llegar a Los Pinos.
El 20% de preferencias que AMLO alcanza en muchos estudios, al margen de los partidos que lo postulen, es mucho, pero al mismo tiempo muy poco, sobre todo si se le compara con el más de 50% que tiene el priista Enrique Peña Nieto.
El PRI, tercer lugar en 2006, es hoy el puntero indiscutible en las encuestas. ¿Por qué? Por López Obrador.
Andrés Manuel, quien sin duda habría gobernado mejor que Calderón, se ha dedicado con éxito a destruir al gobierno federal y, con ello, a dejar sin votos al PAN. El problema es que esos sufragios no se han ido a la izquierda, sino al PRI.
La gente, sin memoria, piensa que el regreso del PRI le devolvería a México la estabilidad perdida. Es un error, evidentemente, pero es lo que demasiados mexicanos piensan ahora.
Esa es la trampa en la que cayó Andrés Manuel. Realizó muy bien el trabajo de demolición del gobierno panista, pero no ha construido todavía un discurso que convenza a los mexicanos de que él es mejor opción que el PRI.
¿Tiene tiempo Andrés Manuel? Claro que sí. Para eso son las campañas, para vender ideas, propuestas y programas. Tiempo le sobra, de hecho. Pero no sé si tenga la voluntad.
No le ayuda a AMLO en la construcción de un nuevo discurso la forma en que se está decidiendo quién va a ser el candidato de izquierda en 2012, si él o Marcelo Ebrard Casaubón.
Yo no tengo ninguna duda de que a la izquierda le iría peor con Ebrard que con AMLO. Digo, las frivolidades de Marcelo, malas copias de lo que hace Peña Nieto, terminarán por hundirlo. Pero el jefe de gobierno ha tenido éxito al vender una idea, con ayuda de los medios: la de que AMLO no respetará el resultado de las encuestas.
Esa, la encuesta, es la otra trampa en la que ha caído AMLO. Se ha comprometido a respetar el resultado de no sé qué estudio en el que se preguntará quién debe ser el candidato del PRD, del PT y de Movimiento Ciudadano. Y seguramente AMLO cumplirá (mal haría en no hacerlo siendo el puntero indiscutible a la hora en que se pregunta solo a los votantes de izquierda, que es lo correcto, ya que se elegirá al candidato de ellos). Pero, pase lo que pase, lo que se dirá es que Andrés Manuel no cumplió.
Creo que, al final, Ebrard se echará para atrás y AMLO será el candidato presidencial de la izquierda, pero nacerá con un pecado original que se encargarán de difundir con profusión los simpatizantes de Marcelo: que Andrés Manuel los venció por terco y por autoritario, porque se impuso a pesar de que el novio de la hondureña era el líder en las encuestas. Eso dirán y los medios lo repetirán.
En fin, son las trampas de Andrés Manuel. Tiempo tiene para salir de ellas. Pero no le resultará sencillo.