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sábado, 23 de abril de 2011

De mi suerte, fortuna y compañía...

No me recuerdo sin un libro en la mano. Desde niña, lo que más me gusta y lo que más hago es leer. Solitaria como soy, salgo poco de mi casa. Si un compañero he tenido es el libro. No leo para saber, sino para tener compañía. Intelectual no soy ni me interesa serlo, pero algunas cosas sé gracias a la lectura. No todas ni tantas como para presumir erudición. Es que, dijo Don Quijote, “el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”. He leído bastante, sí, pero me falta andar. Me he movido siempre en un espacio reducido. Viajo poco, y si es verdad que los viajes ilustran, estoy poco ilustrada. Pero compenso tal falta con mis libros, a los que me doy en tiempo y espacio, por el amor y respeto que siento por ellos. Muy por encima de cualquier otra cosa.

He aprendido, de tanto leer, que José Vasconcelos, un mexicano excepcional, tenía razón: “Un libro, como un viaje, se comienza con inquietud y se termina con melancolía”. Verdadera pena he sentido al concluir la lectura de novelas mayores como “Guerra y paz” de León Tolstoi o “Noticias del imperio” de nuestro gran Fernando del Paso.

Los libros me han enseñado que los hombres más ilustrados son humildes y, sobre todo, prudentes. Con Aristóteles aprendí que “el sabio no dice nunca todo lo que piensa, pero siempre piensa todo lo que dice”. Si todos fuéramos así... pues es la humildad lo que caracteriza al hombre que más vale. Por eso, uno de los iniciadores de las matemáticas, Pitágoras, aconsejaba: “Abandona los grandes caminos, sigue los senderos”. Es que, no hay duda, en la vida es mejor ser cabeza de ratón que cola de león. 

Feliz estoy en mi blog, que es mío y en el que me expreso con entera libertad. Y en verdad digo que no anhelo participar en los grandes medios llenos de fatuos que creen saberlo todo. Lo que no saben es que Bertrand Russell estaba en lo cierto: “Gran parte de las dificultades por las que atraviesa el mundo se deben a que los ignorantes están completamente seguros y los inteligentes llenos de dudas”.

No leo para entender, que para eso es el estudio. Pero ni el estudio profundo sirve para comprender lo verdaderamente importante. Ya lo decía Borges: “Si nos explicaran el sentido de la vida, seguramente no lo entenderíamos”.

No leo para entender, sin duda, pero a veces entiendo. Sé por Octavio Paz que “la historia del siglo XX es la historia de las utopías convertidas en campos de concentración”. Hoy sé por WikiLeaks, una categoría especial de libro, que el siglo XXI no es mejor. Es que, tristemente, lo expresó con belleza el poeta Antonio Machado, “la verdad es lo que es, y sigue siendo verdad aunque se piense al revés”.

La vida es un misterio, sobre todo si de emociones hablamos. El mexicano Manuel Acuña, ¡qué poeta!, quería “ser el césped florido y matizado” donde se asentaran los pies de la niña que amaba. Y quería “ser la brisa tranquila de ese prado” para besar sus labios y agonizar después. ¿Es posible entender semejantes sentimientos? No lo creo. Pero si una lee, los comparte, los vive, los experimenta, los goza y hasta los sufre.

Si la vida no se entiende, la muerte menos. Pero leyendo se asoma una sin asustarse de más a las insondables profundidades de la existencia. Sí, una debe ser prudente. Pero, ¿siempre se puede? A veces, con imprudencia, hay que imaginar lo imposible. Cómo no recordar a ese cínico maravilloso llamado George Bernard Shaw: “Ves cosas y dices, ‘¿Por qué?’. Pero yo sueño cosas que nunca fueron y digo, ‘¿Por qué no?’…”.

¿Y por qué no ser tan virtuosos como Sócrates? Sócrates, sí el filósofo por excelencia que cuatro características decía debía tener un buen juez: “Escuchar cortésmente, responder sabiamente, ponderar prudentemente y decidir imparcialmente”. Maravilloso.

Pero es tan difícil ser juez de una misma, sobre todo, insisto, en materia de emociones donde todos los juegos son peligrosos. El Dalai Lama no mentía: “Ten en cuenta que el gran amor y los grandes logros requieren grandes riesgos”. Y Pablo Neruda, por experiencia propia, contaba que “es tan corto el amor y tan largo el olvido”.

No hablo solo de emociones propias del romance. También en las grandes hazañas intelectuales se requiere una dosis de amor para lograrlas, algo que muchas veces no es posible. Amado Nervo estaba en lo cierto: “La cordura y el genio son novios” que rara vez llegan al matrimonio. Nervo decía que nunca se casan, pero darlo por bueno sería invalidar la trayectoria de una señora de su casa como Marie Curie, una de mis heroínas favoritas.

He leído mucho y seguiré leyendo. Los libros, como le pasaba a Jacinto Beenavente, son mis amigos, y como ocurre con los amigos, “no siempre es el mejor” el que más me gusta.

Por un libro que me guste de verdad y que haya perdido estaría dispuesta, como el loco enamorado del que hablaba Goethe, a “hacer fuegos artificiales con el sol, la luna y las estrellas” con tal de recuperarlo.

En fin, sin ser intelectual, soy una mujer de libros que los ama porque está convencida de la verdad del Proverbio hindú: “Un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora”.

Gracias doy a mis libros que, como en la famosa canción, me han dado tanto. Hoy como siempre, me abrazan y acompañan.

domingo, 3 de abril de 2011

Don Quijote a la reconquista de la democracia mexicana

Leo en el libro “Visiones del Quijote”, de Álvaro Armero, que un día Gabriel García Márquez le dijo a Bill Clinton: “Usted lo que tiene que hacer es leer el Quijote, que ahí están las soluciones a todo”. Cuánta verdad hay en esa expresión. Por cierto, Clinton, un paradigma de gobernante exitoso a pesar de sus desatinos sexuales, le contestó al novelista colombiano que ya había leído la obra cumbre de la literatura española. Quizá por eso, como administrador público, Bill Clinton lo hizo tan bien.

No es el único político exitoso que ha leído las aventuras de Don Quijote. En el libro que he mencionado, se cita a John J. Allen y Patricia S. Finch, quienes afirman que “el 17 de septiembre de 1787, el día que se adoptó la Constitución de Estados Unidos, George Washington anotó en su agenda que pagó a un librero de Filadelfia veintidós chelines con seis peniques por una traducción al inglés  de Don Quijote”.

Y si Clinton fue exitoso, creo que Washington lo fue un poco más. Esto me lleva a preguntarme si nuestros gobernantes recientes, Vicente Fox y Felipe Calderón, han leído a Miguel de Cervantes. Me respondo que no, no lo han leído. Pero si ellos no lo han hecho, tendremos que leer al Quijote nosotros, los ciudadanos, para encontrar en sus sueños una salida a nuestra crisis actual.

Escribió Fedor Dostoievksi que Don Quijote, “el hombre que puso en acción los sueños más locos, los más fantásticos, llega de pronto a la duda y a la perplejidad”. Ocurrió que ese hombre con ideas de otro mundo experimentó, un buen día, “la nostalgia de lo real”.

Sí, Don Quijote se sintió engañado por cierto absurdo que encontró en uno de esos libros de aventuras que leía, y se angustió pensando que si un libro lo había engañado, quizá todos los otros también le habían mentido.

¿Cómo podía Don Quijote volver a su verdad? Responde el novelista ruso: “Imaginando un absurdo mayor que el primero”.

Dostoievsky, basado en lo anterior, sugiere a sus propios lectores interrogarse a sí mismos para ver si no les ha ocurrido cien veces algo parecido a lo que angustió a Don Quijote: Si no han dudado al sentirse enamorados de una idea, de un proyecto o de una persona. Y si, para salir de la duda, esto es, para poder seguir enamorados, no han terminado por crearse una ilusión más engañosa que la primera.

Encuentro esas palabras perfectamente aplicables a México y a los mexicanos en la actual coyuntura histórica.

Después de mucho luchar contra los molinos de viento del autoritarismo, conquistamos en el año 2000, al fin, la democracia, el sueño del que millones estábamos enamorados. La conquistamos, sí, solo para sentirnos de inmediato perplejos porque, por los malos gobiernos que sustituyeron a los del PRI, pronto descubrimos que el sueño de la democracia era en realidad una pesadilla.

Hay desencanto democrático entre nosotros, sin lugar a dudas. Antes del año 2000 considerábamos a la democracia un sueño lindo pero irrealizable. Ahora al ideal democrático lo sentimos como un absurdo que nos ha engañado.

¿Cómo podemos dejar la duda que nos genera ahora la democracia, duda que nos ha llevado a organizar movimientos tan profundamente antidemocráticos como el preferir, en forma masiva, echar a perder el sufragio votando en blanco?

Solo hay una salida, la misma que encontró Don Quijote: crear una nueva ilusión que nos haga volver a ilusionarnos con la democracia hoy considerada, por muchos, simple y sencillamente una farsa.

¿A qué nueva ilusión podemos aferrarnos? Solo veo una:la de que siempre es posible volver a empezar. Es lo que deberemos hacer en 2012: comenzar de nuevo, es decir, reconstruir un sistema que está destruido.

No será fácil porque, es un hecho, las reconstrucciones son infinitamente más difíciles que las construcciones. Pero no hay de otra. Construimos en el año 2000 el edificio de nuestra democracia, solo para destruirlo a golpes de incompetencia y corrupción; pues bien, por complicado que resulte, hay que entrarle con fe a la reconstrucción pensando que es posible.

Decía yo el otro día en twitter que es más difícil reconquistar a una mujer que conquistarla, y agregué que , finalmente, las relaciones duraderas están hechas de una solo conquista y de numerosas reconquistas, ya que nada hay más inestable que el amor.

Nos costó trabajo conquistar nuestra democracia en el año 2000. Mucho trabajo, a pesar de que, antes de que el PRI saliera de Los Pinos todos los mexicanos consideráramos un sueño loco el sufragio efectivo. Es que, después de 70 años del mismo partido en el poder, solo los ilusos quijotes de la oposición mexicana creían posible vencer al priismo.

El caso es que a ese monstruo, el del priismo, se le derrotó. Pero pronto descubrimos que los nuevos gobiernos del PAN resultaron peores que los del PRI. El desencanto democrático alcanzó su punto máximo en las irregulares, por decir lo menos, elecciones de 2006, y a partir de entonces nuestro sistema democrático ha venido rodando cuesta abajo.

Ahora, en el proceso de reconquista de nuestra democrcia, debemos ilusionarnos de nuevo, volver a creer en la pareja que nos falló. Que nos digan locos, si quieren. Pero tenemos que volver a soñar con que el cambio es posible.

Leamos a Cervantes para entender que, en última instancia, como dijo Roger Garaudy, “no es Don Quijote el loco: es el mundo. El suyo. Y todavía más el nuestro”.

viernes, 1 de abril de 2011

Las actuales peleas de Don Quijote


Hace poco más de un año, leí en www.cubaperiodistas.cu, en el mundo se hablaban 6 mil 909 idiomas, según el censo de Ethnologue: Languages of the world. Digo se hablaban porque, como se mencionaba en ese sitio, “quizá para cuando ustedes lean estas líneas, algunos de ellos hayan desaparecido ya: en la selva nigeriana, por ejemplo, se contabilizan hasta 200 lenguas diferentes, la mayoría vinculadas a tribus remotas que tarde o temprano quedarán atrapadas en las redes de la globalización”.

El chino mandarín es el idioma más hablado, con mil millones de personas que lo dominan. Pero el inglés no se queda muy atrás e inclusive, en cierto sentido, supera al chino: 350 millones de personas lo emplean como lengua materna, otros 350 lo hablan con cierta propiedad y mil millones más lo utilizan en algún momento.

¿Y el español? Tiene unos 400 millones de hablantes nativos y el Instituto Cervantes calcula que alrededor de otros 18 millones lo estudian en la actualidad. Esto es, nuestra lengua está muy lejos del inglés y del chino mandarín, “los gigantes contra los que, con armas mucho más modestas, pelea hoy Don Quijote”.

Pero en algo sí supera Don Quijote a Hamlet y a cualquier personaje de ficción creado en la tierra de Mao: “Más de tres mil quinientos libros se calcula que están escritos con relación al Quijote de Miguel de Cervantes”, dijo Gabriel Corchero. “Esta gran cantidad de títulos sobre la base de un solo libro es la más extensa que se conoce en toda la historia de la literatura”.

Las palabras de Corchero las tomé del libro de Álvaro Armero “Visiones del Quijote”, que es un compendio de opiniones sobre el Quijote de intelectuales de todo el mundo. Vale la pena leerlo, yo lo adquirí, hace días, en la librería del Fondo de Cultura Económica ubicada en el Colegio de México en el Distrito Federal.

Entre todas las opiniones que da a conocer Armero, quiero citar la de Salvador Dalí:

“Lo que más me gusta de toda la filosofía de Augusto Comte es el momento preciso en que, antes de crear su nueva ‘religión positivista’, sitúa en la cima de su jerarquía a los banqueros, a quienes atribuye una importancia capital. Tal vez se deba al atavismo fenicio de mi sangre ampurdanesa, pero siempre me he sentido deslumbrado por el oro, se presente bajo la forma que se presente. Al haber aprendido en mi adolescencia que Miguel de Cervantes, tras escribir para la mayor gloria de España, su inmortal Don Quijote, había muerto en la más triste miseria, y que Cristóbal Colón, después de haber descubierto el Nuevo Mundo, también había muerto en las mismas condiciones y además cargado de cadenas, ya en mi adolescencia, repito, mi prudencia me aconsejó con denuedo dos cosas.
1.- Crearme mi propia cárcel lo antes posible. Y así lo hice.
2.- Convertirme, en la medida de lo posible, en ligeramente multimillonario. Y así ha sido.”