Ya ha sido suficientemente cuestionado Felipe Calderón por haberse comprado con Winston Churchill. No añadiré una crítica más. Porque tampoco se trata de abusar. A mí lo que me interesa destacar es lo inverso: que Churchill, el gran estadista británico, llevaba a un pequeño Calderón dentro de su persona y lo sacaba cada vez que necesitaba mantener en la ignorancia a su pueblo.
Una vez, para que no cundiera el pánico en territorio inglés, Winston Churchill, ocultó el avistamiento de un ovni. ¡De un ovni! Esta fue una nota del año pasado, publicada después de que el Archivo de Estado británico desclasificara centenares de documentos sobre objetos voladores no identificados. En uno de los documentos, Churchill ordena silencio sobre el tema. El ovni lo había visto, según eso, un piloto militar durante la Segunda Guerra Mundial.
Lo que pasó es que Churchill contó al norteamericano Dwight Eisenhower lo que el piloto británico decía: que un avión de la Fuerza Aérea de su Majestad había sido escoltado por un ovni de metal. Después de analizar el tema, los dos políticos acordaron no hacer público el asunto, en primer lugar para no provocar pánico y, en segundo, para no alterar las convicciones religiosas de la gente.
Hoy podemos decir que no es tan grave ocultar los avistamientos de ovnis. De hecho, tales fenómenos en la actualidad no se ocultan, sino todo lo contrario: se hacen públicos y suelen servir para programas de televisión poco rigurosos y creíbles y cada día con menores audiencias.
En la primera mitad del siglo XX no habría sido tan grave, en mi opinión, hablar de ovnis. En primer lugar, porque todo el mundo habla de ellos, y en segundo porque los platillos voladores nunca terminan por realmente hacerse presentes en los cielos de nuestro planeta.
Pero a Churchill, el pequeño Calderón que llevaba dentro lo obligó a ocultar la historia que contaba el piloto británico. Para no asustar, se justificó a sí mismo, y le dio carpetazo al asunto.
Hablo del pequeño Calderón que Winston Churchill llevaba dentro porque, segura estoy, es mucho lo que el gobierno federal mexicano no nos informa a los ciudadanos. Y no pienso en cobros extraordinarios de los funcionarios públicos o en la renta de aviones privados para sus viajes de placer. Nada de eso. Me temo que no se nos ha dicho toda la verdad acerca de la guerra del narco.
¿Cuál es la verdadera capacidad de fuego de las mafias? ¿Es inferior a la de las fuerzas armadas mexicanas? ¿Es superior? ¿Cuántos kilómetros de territorio nacional controla el narco? ¿Cuántos políticos de todos los partidos han sido financiados con dinero ilícito? ¿Es posible derrotar al crimen organizado en la forma en que Calderón ha planteado su guerra? ¿En cuánto tiempo? ¿Cuántos mexicanos más tendrán que ser asesinados antes de que se logre algún tipo de “victoria”? ¿Contempla la mafia, entre sus planes, el recurrir al terrorismo?
Con toda seguridad existen las respuestas a tales preguntas. En México y en el extranjero sobran expertos que deben haber sido contratados por el gobierno Calderón para analizar todos los escenarios. Los diagnósticos objetivos ahí deben estar en algunos escritorios de Los Pinos, la Secretaría de la Defensa, la Secretaría de Marina, la PGR, Gobernación. Los que encabezan estas dependencias saben lo que viene. El problema es que informan poco, pero a cambio recurren demasiado a la propaganda. Lo harán, estoy segura, para no generar pánico. El problema es que la falta de respuestas a todas las preguntas nos deja a los ciudadanos en estado de indefensión, a merced de la dinámica terrible de una guerra que no queremos, no pedimos, no entendemos y en la que solo participamos como espantados espectadores pasivos y, cada día en más casos, como víctimas.